viernes, 13 de abril de 2007

hechizo con sabor

aca un cuentito que hice para un concurso en el que no gané
y lo pongo en un intento absurdo de estimular nuevos sabores...

-Cuéntamelo todo por favor…
Eran como las 10 de la mañana, desperté en la soledad de la cama, nuestra cama, como todos los días. El se fue a trabajar, no lo vería hasta la noche, como todos los días. Me levanté, me miré al espejo, y empecé a hacer mis ejercicios matutinos, como todos los días.
La vida en soledad se siente muy monótona, pensé, pero luego me di cuenta que no estoy sola, que estoy casada desde hace ya buenos años, pero a quien podía engañar, si sentía que en la frente llevaba una etiqueta que explicaba el estado de mi relación.
El amor se nos estaba perdiendo y era desesperante, se nos escapaba de las manos, se echaba a correr, y cuando lo alcanzábamos ya estábamos cansados, sentía que ese fuego, esa pasión que al principio nos devoraba ya no estaba, se había ido y no dejó una carta explicando donde estaba.
Fueron esas noches de bohemia, de amor clandestino, cuando me escapaba de mi casa y me iba con él recuerdo bien, me recogía en su mercedes y nos íbamos al infinito, y éramos uno solo.

“La misma noche que hace blanquear los mismos árboles, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…” ¹

Decidí salir por un rato, mientras iba en el auto escuchaba la radio, pasé por el restaurante donde nos conocimos, donde me pidió que sea la mujer que lo acompañe de por vida, y por alguna extraña razón sentí que podía salvar nuestro amor, sabía cual era mi fortaleza y su debilidad: la cocina. Dicen que la comida es un gran afrodisiaco, y yo lo sabía bien. Recuerdo cuando íbamos a cenar a su restaurante favorito, pedía siempre el mismo plato, el mismo vino, y después de eso se armaban batallas campales en la cama, donde ninguno salía ni victorioso ni derrotado, si no agotados.
Llegué a mi casa y busque el viejo recetario de mi abuela, al principio pensé en cocinar codornices con pétalos de rosa, y ver como te pones de ardiente, pero no, ni tu te llamas Pedro, ni vivimos una historia escrita por Laura Esquivel.
Decidí que cocinaría ostiones a la parmesana, mis favoritos son los de generoso tamaño y carne bien tierna, tenía que pensar paso a paso como prepararlo, pues era la única forma de renovar ese amor que hasta hace unos años seguía latente y notable en cada espacio de nuestras vidas.
Empecé por lavarme las manos, sentía el agua caer desde mi muñeca hasta mis dedos, y recordé las veces que mientras me bañaba, él, entraba a la ducha y recorría cada milímetro de mi cuerpo con sus manos, manos que hoy ni siquiera conozco, manos que no son más mías.
Escogí cuidadosamente las conchas, y fui preparando los ostiones, uno por uno, cuando llegue a la parte de cortar el limón para saborizarlos, sentí como mis glándulas salivales trabajaban mas de lo normal, como me pasaba cuando quería darle un beso, en el amor del ayer, en mi mente vagan los recuerdos…
Llené de mantequilla las conchas, tan suaves y delicadas, tan tiernas e irónicamente dulces como era nuestra relación antes de que la rutina se apoderara de nuestras vidas, acomodé los ostiones dentro de cada una de ellas, y proseguí a poner el queso, imaginándome como quedaría todo, hasta podía sentir el sabor del fino gratinado de mi preparación, pensé en hacer un postre, sabía que a él le encantaban los postres, así que dejé los ostiones en el horno y decidí preparar un pastel, pastel de flores.
Rosas, principal flor del amor, escogí las rojas, por sensuales y dulces, Lirios, azules y refrescantes, el color del cielo, y del mar, sinónimo de libertad, Gardenias amarillas, color evocador del sol, brillantes, y ostentosas y por ultimo Claveles rosas, femeninos, aportarían a mi pastel la tranquilidad, que haría un equilibrio con la sensualidad, la libertad, y la luz de las anteriores flores.
Empecé cerniendo el harina, y una suave brisa entró a la cocina -mi lugar de batalla – y sentí o mejor dicho recordé una mañana de navidad, con él, yo preparando un pastel para llevar donde unos amigos, y él, entró, me abrazó por la espalda y me hizo el amor entre harina, pan, huevo y mantequilla, y ahora tristemente, esas cosas solo suceden en mi memoria, así que continué, partí los huevos, los integré con la harina, y se formó una masa blanca, luego le incorporé mantequilla, y un chorro de canela, y me transportó a otro momento, otras épocas… el olor a canela, siempre me llevará a mi infancia, cuando en la cocina de mi abuela, la cual era una hechicera en la cocina, me contaba sus secretos, recuerdo por ejemplo cuando me dijo que todo en la vida necesita un toque de canela, toda relación necesita el aroma, el sabor, la consistencia de un poco de canela, además de ser un buen afrodisiaco.
Procedí a poner las flores, pétalo por pétalo, cada flor tenía la propiedad que yo necesitaba en mi matrimonio, la sensualidad que se había perdido, la libertad, que a causa de los celos, la desconfianza, habíamos perdido, la luz que nos ilumine como antes, y la tranquilidad, pero sin pasarse a monotonía.
Decoré el pastel con unas cerezas, otro gran afrodisíaco, y frutillas, limpié el mesón de la cocina y pensé en escoger un vino, el toque final de mi cena.
Pensé en un Chardonnay del 2003, que aportaría una buena acidez que ayudaría a que la preparación no se sienta pesada, mas bien calida y refrescante, lo saqué de la bodega y empecé a acomodar la mesa, como era esperado puse un par de velas, siempre me pregunté por que la gente pone velas para hacer más romántica una cena, pero al ver esa escena, la de la mesa servida, me di cuenta por mi misma:
La comida es una antesala al sexo, es una llamada disimulada de los instintos, los seres vivos, particularmente los humanos, tenemos una fogosidad dentro, una invitación a la lujuria que se hace mas obvia con el fuego de las velas, la mezcla de buena comida, acompañada de la oscuridad de la noche, y la escasa iluminación de las velas que reflejan el deseo interno, traen como resultado a la pasión.
-¿Y qué pasó? ¿Cómo reaccionó él, ante tu sorpresa culinaria?
Yo siempre supe, que la cocina tiene su secreto, es la manera de llegar a la gente, especialmente si es la persona a la que sabes que amas, es como una conexión, yo cociné con la esperanza de recuperar a mi hombre, y lo hice, nos reencontramos a nosotros mismos, como nos conocimos, con esa pasión y deseo que recorría nuestras venas, recordamos juntos el primer beso, la primera vez que tuvimos un amanecer juntos, y todo lo demás…
-¿Y cómo te sientes hoy? hacen ya tres días de su entierro... te veo muy bien.
Él ya no está conmigo, aquí, ya no puedo sentir sus manos, ya no puede probar de mí, ni de mi comida, pero como te dije, la cocina es un conector, que hace que llegues a la persona que amas, esa misma conexión me llevará junto a él, la persona que más amé en mi vida, yo lo sé.
-No entiendo, ¿de qué hablas?
En el momento que yo quiera estoy con él, y en el momento que yo quiera estaré eternamente con él, solo me estoy preparando, ya veras…


¹ “Poema XX” (fragmento), Pablo Neruda.

1 ladrillos puestos :

  1. Paola R. Senseve T. dijo...

    Cuento!
    Me encantan los cuentos...y bueno, no sé que tanta experiencia puedo tener para darte unos pequeños consejitos, pero bueno, me voy a lanzar...

    Tienes que armonizar el lenguaje en todo el cuento, de esa manera parece uno solo.
    Cuando los cuentos son cortos, o breves, lo más importante es el final. El último párrafo y las últimas palabras tienen que impresionar.
    Tu cuento tiene mucho encanto, tus palabras están bien usadas y al igual que Laura E. tienes al "otro" leyendo interesado sin importar que estés hablando de una receta de cocina...eso es importate.

    El escribir es una tarea complicada, hay que revisar, reescribir, revisar, borrar y así...

    Voy a estar esperando más cuentos tuyos,
    Besitos